Por Manuel Suárez
“El Tinto es un río con una belleza
intrigante. Como una herida abierta
en el paisaje, sus aguas claras y pulcras
comienzan a teñirse de rojo y de historia
a la altura de la conocida Peña del
Hierro. Es más que un simple río,
todo a su alrededor es un cúmulo de
rarezas y belleza cromática,
siempre impregnada por un intenso
aroma a hierro y azufre.”
Con toda esta carga de misterio y atractivo, no es de extrañar que todo amante de la fotografía de naturaleza sienta un interés extra por el Tinto y su original geografía, debido a la intensa actividad minera que se remonta a miles de años de antigüedad. Desde hacía tiempo era una salida muy deseada por Agafona (Asociación Gaditana de Fotógrafos de Naturaleza), y al fin pudimos hacerla realidad. Gran parte de culpa la tiene nuestro compañero y socio Antonio Gallardo, que posee un encanto de casa que alquila asíduamente, La Rana Verde, en Los Romeros de Jabugo, situado en pleno Parque Natural Sierra de Aracena y Picos de Aroche, donde convivimos el fin de semana. Contar con la amabilidad de Antonio y como conocedor de la zona, ha sido impagable.
Pues allí coincidimos el viernes bien entrada ya la tarde; Arturo Montes, Reklu, Javier Gazzo, Antonio Gallardo, Concha Lacave, David Moya… y un servidor. Después del reparto de habitaciones, Antonio nos enseñó el resto de la casa. Tres plantas de casa donde se mezcla una decoración con sabor a pueblo, con una armonía y energía positiva propias del mismísimo Feng-Shui. Cuando el hambre y la sed ya se iban apoderando de nosotros, nos acercamos al bar típico de la típica plaza. Subimos a la parte de arriba donde nos esperaba un salón vacío para nosotros y que no destacaba precisamente por su decoración pero que hacía más puro si cabe el sitio, haciéndome disfrutar de la sencillez y naturalidad que tanto me gusta de estos lugares. No tardó mucho el camarero en llenarnos la mesa de platos a petición nuestra, de delicias de ese animal ibérico y, sagrado en la zona, del que acertadamente se dice que gusta hasta sus andares. De esta forma, entre cerveza, secreto, presa… y charla tras charla se alargó la cena. De vuelta en la casa, aunque el toque de diana lo acordamos bien temprano después de unos minutos negociando, hubo tiempo antes de irnos a la cama de saborear, copita en mano, lo que teníamos ante nuestros ojos. Desde la terraza, con el pueblo y el valle del río Caliente a nuestros pies, la silueta de la sierra se dibujaba en el horizonte donde la luna despuntaba. De fondo, la noche y sus susurros que cada hora en punto se ven alterados por las campanadas del reloj de la plaza. Cada sorbo era un buche de vida. Así, presos del sueño nos fuimos yendo a la cama.
A las seis de la mañana del sábado estábamos terminando de desayunar en la casa para no tenernos que parar por el camino. Teníamos un buen ratito hasta río Tinto y queríamos llegar lo más temprano posible. Arturo, Javier y Antonio en un coche, David en el suyo sólo y Reklu, Concha y yo en otro. En el nuestro conducía Concha, conductora de primera. El camino fue duro pero se portó como una campeona.
Unos 50 Km nos separaban de nuestro primer destino, Berrocal. Al poco de salir del pueblo, ya empecé a darme cuenta de lo que me esperaba. Desde los asientos traseros del coche, cosa que no ayudaba, veía cómo la carretera por momentos serpenteaba y se retorcía más; subidas, bajabas... Automáticamente noté que la tostada y el café pedían a gritos regresar al exterior. Gracias que, a ratos, entre las bromas de Reklu y Concha que no paraban y las preciosas vistas que nos íbamos encontrando, minimizaron el incordio y pude aguantar sin liarla.
Por fin, después de una hora aproximadamente de camino, llegamos al puente de Berrocal. Al caminar un poco y sentir el aire fresco en la cara, todo en mis adentros volvió a su normalidad. Pero entonces, vi la cara de Arturo blanca como la cal, al instante supe que había corrido con mi misma suerte.
Bajamos una pequeña pendiente para acercarnos y tener la primera toma de contacto con el Tinto. Antonio, pronto se dio cuenta que el río bajaba con más caudal de lo normal debido a las lluvias de la noche anterior, lo que podía perjudicar el asentamiento de lodos. Pero eso no importaba, estábamos deseando hacer fotos y no perdimos ni un segundo más.
Mochila a la espalda, trípode, cámara en mano, botas enfundadas… Preparados y listos para inmortalizar visiones subjetivamente abstractas, mundos diminutos que el lodo de color azafrán intenso dibujaba de forma caprichosa sobre el centenar de piedras, redondas y lisas, que se amontonan en la ribera del río.
Y ahora es cuando toca revolcarnos un poco en la cultura... El Tinto es un río que debe su intenso color rojo al alto contenido de hierro disuelto en el agua (sales ferruginosas y sulfatos férricos), unido a la escasez de oxígeno y un pH muy ácido. No es consecuencia de la contaminación de la industria minera sino de la acción de los quimiolitotrofos, unas bacterias que literalmente se alimentan de las rocas, oxidando el azufre y el hierro de la pirita a sulfato (ácido sulfúrico) y a férrico, que son los dos elementos fundamentales que hay en el río. De ahí la importancia de llevar botas de agua si vamos a estar en contacto con el agua o el lodo.
Pues así estuvimos creo que unas dos horas, en las que cada uno se movía a su antojo. Y digo creo, porque sin levantar la vista del suelo únicamente nos centrábamos en el manto de lodo ajenos al reloj. Algún dibujo, alguna forma abstracta que nos contara algo. Tan sólo el canto de algún abejaruco de pasada me hacía mirar al cielo.
De pronto, rompiendo el descomunal silencio, se escuchó la voz de Reklu que nos llamaba, Arturo y yo estábamos río abajo. Una vez nos juntamos de nuevo en los coches, hicimos alguna foto más pero esta vez en plan turista y como testimonio de nuestro paso por el lugar. Emprendimos la marcha hacia la siguiente parada, Nerva, y la carretera volvió a ser cruel. Fue otra hora y pico de camino quizás aún peor, pero nuevamente todos vencimos las fatigas, los mareos, las curvas y algún que otro camión que pareciera querer echarnos de la carretera.
En Nerva nos desviamos hacia el complejo minero en desuso denominado Paraje de Zarandas-Naya. En nuestro reencuentro con el Tinto pasamos por un pequeño puente que lo cruzaba, hasta llegar al edificio de recepción y estación de partida del tren turístico. Éste funciona desde que fuera recuperado a iniciativa de la Fundación Riotinto, y está tirado por la locomotora de vapor nº 14, de 1875, la más antigua de España en funcionamiento.
En la recepción había una pequeña tienda donde servían bebidas y montaditos entre otras cosas. Para nosotros fue un merecido descanso pudiendo reponer fuerzas. Continuamos con los coches por una pista que bordeaba la zona minera, donde se podía observar terrazas para la decantación del mineral, escolleras, maquinaria… en definitiva bienes materiales e inmateriales que son testimonio y reflejo de toda la actividad minera que en su día existió en la zona, y todo dentro de un paisaje digno de otro planeta. No nos dio tiempo a acomodarnos al asiento del coche, cuando nos encontramos con una cancela cerrada que nos invitaba a seguir el recorrido a pie. Aproximadamente 1.5 Km nos separaba de nuestro destino y allá que nos fuimos con el equipo a cuesta. Era todo bajada y el día estaba parcialmente nublado, así que empezamos con ganas. Pero cuanto más bajábamos dos cosas iban adquiriendo más importancia, el aumento de temperatura debido a las características propias del terreno y los materiales que nos rodeaban y el pensamiento de que a la vuelta todo iba a ser subida.
Por fin llegamos a orillas del río donde el paisaje ya era arbolado, el cauce se arropaba de vegetación con tintes terrestres, dejando atrás el paisaje marciano. Aquí el color de las aguas sí era más rojizo, no bajaban con tanta fuerza incluso había zonas donde estaba prácticamente estancada. El escenario era diferente y de nuevo cada uno buscó su propia inspiración como si no hubiera un mañana.
Incluso llegamos a ver una orquídea que por supuesto se llevó su repaso.Y para muestra de ello ahí va esta preciosa foto del compañero David.
Habrían pasado más de dos horas cuando decidimos parar. El sol era intenso produciendo demasiado brillo en el agua, desfavoreciendo las condiciones para hacer fotos. Cada uno buscó un poco de sombra esperando que las nubes hicieran acto de presencia, pero estas no llegaron a tiempo. Así que nos armamos de valor para iniciar el buen tramo de subida que nos separa hasta los coches, justo cuando hacía más calor. Apenas nadie hablaba, sólo una colonia de abejarucos que anidaban cerca del camino rompían el mutismo del lugar, pasito a pasito llegamos por fin a la cima y… ¡bingo! El cielo se cubrió de nubes.
La siguiente parada fue el cementerio de Nerva por donde el Tinto pasa cerca, lejos de querer visitar el lugar por otro motivo que no fuera hacer fotos en el río. Aquí pudimos “jugar” un rato con diminutas cascadas y con las formas y movimientos de algas pegadas al lecho del río, a veces incluso dibujando caras fantasmagóricas. Es impensable que exista vida en aguas con condiciones tan desfavorables para ello, pero existe.
No pasó mucho tiempo cuando empezó a caer una ligera llovizna que de pronto se convirtió en… ¡vámonos ya de aquí! En este punto David nos tuvo que dejar para volver a Sevilla por motivos laborales, una pena. De allí nos fuimos al primer bar que vimos a comer algo aunque la hora no era la más idónea. Y así fue, nos tuvimos que conformar con café y dulce porque la cocina ya estaba cerrada. De ahí, emprendimos rumbo a nuestra morada, Los Romeros de Jabugo, en medio de un diluvio que casi hacía imposible distinguir la carretera.
“La barbacoa de ibéricos”. Sé de algunos, y me incluyo, que visitar y fotografiar el río Tinto era muy ilusionador, pero la barbacoa que nos tenía preparada Antonio no se quedaba atrás. Una vez pasados por la ducha, relajados, empezó a notarse un olor a carne a la brasa que aún al pensarlo ahora se me abre el apetito. Nos sentamos, incluida la mujer de Antonio que se unió a la cena, y fuimos degustando todo ese manjar recién sacado del fuego. El “Tinto” ahora estaba embotellado y lo servíamos en copas. Así estuvimos hasta bien entrada la madrugada, comentando el día, bromas, risas… y como ocurre cuando estás a gusto, la noción del tiempo se volvió a perder.
El domingo se acordó un plan más relajado. Fuimos a desayunar a una venta cercana, a eso de las ocho y media o nueve. Antonio con Jose Manuel Moya, vecino del pueblo, tienen montado un hide fijo junto a la ribera fluvial del Caliente, río que bordea la cara oeste del pueblo. Arturo y yo pedimos la vez para disfrutar de una sesión mañanera en el hide, donde tuvimos la oportunidad de fotografiar trepadores, carboneros, herrerillos, picapinos… Nos lo pasamos en grande.
El resto del personal se difuminó entre la vegetación por un frondoso bosque de ribera, principalmente poblado de chopos. A eso de la una y pico nos volvimos a encontrar en “La rana verde”, recogimos los bártulos y enseres y ya sólo quedó despedirnos con pesar, para emprender el viaje de regreso cada cual a su destino.
Un fin de semana inolvidable, en el que disfrutamos del paisaje, de la fotografía y sobre todo de la convivencia con buenos amigos.
Me quedo, con lo que todos coincidimos al despedirnos, no era un adiós de tan majestuoso rincón de la madre naturaleza, sino un hasta luego y a ser posible más pronto que tarde.
Avisarme sí hay algo para principiantes.
Gracias.