Por Antonio Gallardo.
Quedamos a las 7:30 de la mañana en El Pelayo, a unos kilómetros de Algeciras. Nos reunimos 10 socios y una socia de Agafona venidos de distintos puntos: Jerez, Chiclana, San Fernando, Campo de Gibraltar, Sevilla… Desayunamos en la venta El Pavo Real y desde ahí comenzamos la excursión.
Al principio fuimos en coche por la N-340 dirección Tarifa. A unos 10 km nos adentramos por una pista y comenzamos la ascensión hasta el punto donde la dirección del Parque Natural nos permitió llegar con los vehículos. Dejamos los coches y comenzamos la subida por el sendero hacia el norte.
El inicio del sendero atraviesa una zona abierta sin arboleda, seguramente como consecuencia del pastoreo. Al poco comenzamos a adentrarnos en zona boscosa, primero unos pinos cuyas copas están diseñadas como veletas por el viento predominante. Después nos adentramos en una zona de alcornoques, densa, con muchos pies por metro cuadrado y poca altura en las copas.
Al poco, en un recodo del camino, al mirar hacia nuestra derecha pudimos contemplar el amanecer sobre el estrecho. Al otro lado, a un tiro de piedra, África, Marruecos, con sus primeras montañas cercanas al mar y más atrás el imponente Rif. Las aguas siempre surcadas por el incesante tráfico marítimo, de buques pesados que transportan mercancías del océano al mar o del mar al océano. Parece mentira que un trozo de agua tan estrecho separe dos continentes tan distintos y tan parecidos a la vez. A un lado la riqueza, a otro el subdesarrollo y la condena. Lo que antaño eran valles que unían las tierras por donde transitaron la fauna y las semillas de las plantas de un sitio a otro, hoy se ha convertido en barreras políticas infranqueables. Pero la vida silvestre no entiende de política, aunque sufre sus consecuencias. Todos los años en esta zona se puede contemplar la maravilla del movimiento migratorio de las aves entre los continentes.
Dejamos a nuestra espalda el estrecho y seguimos nuestro camino de ascenso por la pista de tierra. Atravesamos dos cancelas donde se indica que no está permitido circular con vehículos sin autorización (aunque ambas están abiertas sin candado) y que hay que andarse con cuidado porque puede haber cazadores disparando. Ya se sabe que el campo es de los propietarios y de los cazadores, que tienen patente de corso para hacer lo que les venga en gana, quizás porque para eso van armados.
Llegados un momento, cuando nos acercamos a las antenas de comunicación que dominan el cerro hacia al que nos dirigimos, la tierra del sendero se convierte en hormigón y la pendiente aumenta su porcentaje. A esta altura del camino, cargados con las mochilas, el frío ya no nos afecta y las conversaciones, que al principio eran animadas, son ya más entrecortadas y casi con monosílabos.
Cuando las antenas nos quedan a unos doscientos metros, dejamos el camino de hormigón y nos dirigimos a nuestra derecha por un sendero. Por fin el bosque de niebla, aunque lo que habíamos estado temiendo desde un par de días antes se nos hizo del todo evidente. Nos adentramos en el bosque de niebla, pero sin niebla. Comentan, como bien nos indicó el amigo Reklu, que de 365 días del año más de 250 hay niebla. Pero la niebla se forma los días que sopla levante, por el efecto que el viento cargado de humedad genera en estas laderas boscosas. Ese sábado el viento soplaba del norte, viento frio que trajo un temporal de nieves en gran parte de la península.
Desde el primer momento a ambos lados del sendero pudimos disfrutar ya de las características del bosque de laurisilva. Este bosque se remonta a la Era Terciaria, hace millones de años, cuando el clima tropical dominaba la cuenca del Mediterráneo y la laurisilva cubría los países costeros. Hoy en día la laurisilva está limitada a los canutos, valles profundos y estrechos que forma el río Guadalmesí y el resto de arroyos en el interior del parque natural.
El principal responsable de esta formación boscosa es el agua, la que proviene directamente de la lluvia y la que proviene de la costa. En estas condiciones se conserva una flora muy singular que se caracteriza por la presencia de hojas lisas y brillantes, que aprovechan la humedad y escasa luz que dejan pasar los árboles hacia el interior. Así, entre el aroma del laurel, la belleza del ojaranzo (rododendro), elegantes durillos y acebos, nos encontramos en una especie de selva. Las ramas de los árboles están completamente cubiertas de musgos y líquenes, como si con esto quisieran abrigarse de la humedad exterior. Por todos lados crecen helechos, muchos de ellos únicos, como la Davallia canariensis que crece sobre la corteza de los árboles vivos, lleno de yedras colgantes, de ramas con grandes espinas, con un suelo totalmente cubierto de hojas y encharcado, surcado por decenas de pequeños arroyos.
Nos fuimos adentrando en este bosque mágico dejándonos llevar por nuestras sensaciones y por nuestra intuición, a veces solos, o en parejas o en pequeños grupos, cada uno absorto con lo que íba descubriendo. A falta de niebla y con la luz solar cada vez más dura, buscábamos zonas umbrías donde no llegara la luz para huir del elevado contraste entre lo luminoso y lo oscuro. A veces nos arremolinábamos para fotografiar todos un helecho, otras nos desperdigábamos cada uno buscando sus propias sombras. La falta de niebla ya no era un problema, el bosque nos había atrapado y nos permitía descubrir su esencia.
Así, fuimos bajando guiados, casi sin darnos cuenta, por la discreción de nuestro guía, José Luis, que, como el que no quiere la cosa, nos fue llevando por las entrañas de esta reliquia natural hasta terminar en una laguna que a buen seguro los días de niebla se puebla de hadas.
Allí repostamos: comida, foto de grupo para los anales, intercambio de bromas, de experiencias y vuelta hacia los coches sobre la una y media bajo el sol que nos acompañó durante toda la mañana.
En el Bosque de Niebla no tuvimos niebla, no, pero disfrutamos de un paraje único y de una compañía excepcional. Porque cuando uno se adentra en estos espacios, el corazón se abre y el compañero de viaje se convierte en amigo. Nos despojamos de los personajes que con tanto esfuerzo paseamos por las calles de nuestros pueblos y ciudades y nos mostramos desnudos, descarnados, tal cual somos ante la madre naturaleza y ante los ojos de nuestros compañeros.
Gracias a todos, gracias a Dori, gracias a Agafona!!! Nos tocará volver para perdernos entre la magia de la niebla. Porque a los sitios que son únicos siempre hay que volver, porque nunca se desvelan en la primera visita...
Quizás por eso son únicos.
Ficha técnica de la ruta
Participantes: 11 socios
Duración: 5 horas
Distancia recorrida: 10 Km aprox.
Desnivel: 600 metros aprox.
Temperatura Min/Max: 5/14°C
Un abrazo.